“La salud y el bienestar de los seres humanos están íntimamente ligados a la tierra en la que viven y a sus radiaciones. Cuando se entienda esto, se abrirá de par en par la puerta a una existencia más saludable, más sana, en la que desaparecerán las enfermedades que ahora nos amenazan como pesadillas.”
Ernst Hartmann - Médico y geobiólogo.
Estamos alejándonos de nuestra naturaleza a un ritmo frenético. Cada día que pasa, la sociedad se aleja un poco más del origen que forjó nuestra especie, nuestro ADN y nuestras células y mitocondrias. La realidad es que no estamos diseñados para estar más tiempo a cubierto que al aire libre, tampoco lo estamos para comer los productos que venden en el supermercado como comida comestible, ni para el ritmo de trabajo establecido por el sistema capitalista.
Nuestros bebés no están diseñados para alimentarse a base de leche artificial calentada en envase de plástico tóxico en microondas. Tendemos a creernos las versiones oficiales, y eso, nos hace flaco favor. Nos hicieron creer que la leche de fórmula era igual que la leche materna, con la ventaja de que nos aliviaría trabajo a las madres.
La realidad es que la genética humana está perfectamente diseñada; ir en su contra puede parecernos más cómodo, pero jamás irá a favor de nuestra salud.
El diseño primitivo es un diseño sublime. Cada pieza encaja. Cada eslabón de la cadena que formamos está minuciosamente pensado para que nuestra salud sea óptima. Si comenzamos a romper eslabones, nuestra salud se volverá frágil y vulnerable a las condiciones externas.
Nos hemos (mal)adaptado a un mundo enfermo con unas costumbres nefastas pero aparentemente cómodas. Comodidades que vendemos a cambio de tiempo, el verdadero tesoro. Esperar que un poco de agua se caliente al fuego se ha vuelto impensable, el microondas o la inducción lo hacen antes.
El problema es el precio que pagamos por el tiempo que ganamos.
El sistema capitalista supo aprovecharse de nuestras incomodidades para hacerse rico, podridamente rico, a costa de nuestra salud y la salud de nuestros genes. Supo sacar tajada de nuestro punto débil y crearnos necesidades que, en realidad, no necesitábamos. Ahora no podemos imaginarnos una vivienda sin electricidad, ni una vida sin teléfono móvil. Incluso imaginarnos una conexión por cable, sin wifi, nos incomoda: demasiado esfuerzo.
Nos han hecho olvidar que nosotros también somos un campo electromagnético, y que, cualquier cosa que lo altere está contribuyendo a que la enfermedad haga acto de presencia. Nos han reseteado el cerebro y oír hablar de ondas, frecuencias y energías nos parece algo “demasiado esotérico”, pero no olvidemos que Luigi Galvani (1737-1798) ya estudió el movimiento de las patas de las ranas, relacionándolo con corrientes eléctricas, así como el funcionamiento de la membrana celular y su posibilidad de separar cargas eléctricas creando un voltaje.
Los tejidos vivos que nos conforman como seres humanos tienen mucho que ver con electricidad y biomagnetismo. No es esoterismo, es ciencia, y pese a no creerme todo lo que dice, soy consciente de que todo es más fácil de integrar si ella lo respalda. Madre ciencia está demasiado prostituida y hay que saber darle su lugar sin caer en sus trampas…
No es de extrañar, entonces, que todos los campos electromagnéticos artificiales que nos acordonan estén interfiriendo con nuestro campo natural, creando así desequilibrios que están alejándonos de nuestro origen y, por tanto, de nuestro estado natural de salud, fortaleza y lozanía.
Lo que comemos, lo que sentimos, cómo y dónde dormimos, que ondas estamos recibiendo, cuánto sol nos está dando, cuánto tiempo al día vamos con los pies descalzos, qué materiales constituyen nuestro hogar, nuestra ropa, nuestros accesorios de cocina… todo se ha visto manipulado y adulterado hasta el punto de vivir absolutamente desvinculados de aquello que nos sana.
Nos han regalado la enfermedad para vendernos el antídoto, y nos lo hemos creído. En nuestras manos está volver al origen, a lo verdadero y a todo aquello que tiene el poder de devolvernos el imperio de nuestra energía.
Te abrazo,
María